La casa de Bernarda
Alba
Bernarda Alba, viuda de dos matrimonios,
es de un carácter intransigente que no permite la mínima separación de sus
órdenes. La acción comienza el día de los funerales por el segundo marido de
Bernarda: tras el desfile de las vecinas del pueblo, la madre anuncia a sus
hijas que en ocho años que dure el luto no entrará en la casa ni el viento de
la calle.
En las muchachas hay una inquietud
especial que viene dada por su estado de solteras y con calor en la sangre,
están olvidadas de los mozos del pueblo. Solo la mayor, Angustias, única hija del primer matrimonio,
es rondada por Pepe el Romano, que va tras el dinero dejado por el primer
marido de Bernarda que corresponde a Angustias.
El segundo, padre de las otras cuatro,
no dejo nada para sus hijas. Pronto se inicia una lucha sorda entre Angustias,
Adela y Martirio por el joven, mientras tejen uno ajuares que ninguna está
segura de llegar a ponerse. El deseo del varón late en el luto de todas, en su
silencio, en sus querellas: “Son mujeres sin hombre, nada más”, como dice
Poncia, la criada, que termina descubriendo el amor de Adela por Pepe el Romano.
La criada habla con Bernarda y le
insinúa que el Romano acude a otra ventana, además de rondar a Angustias; pero
Bernarda no puede concebir que en la casa ocurra algo que ella no sepa. Otra
hermana ha sorprendido los amores de Adela; Martirio, que también se ha
enamorado del Romano y que amenaza con delatarla. Tres días antes de la pedida
oficial de Angustias, el Romano finge marchar del pueblo.
Esta inquieto, desconocido; su partida
solo es una disculpa para que Angustias cierre su ventana. Cae la noche y Adela
se entrevista con él en el pajar. Pero Martirio está alerta: se produce el
encuentro –lleno de hiel– entre las dos hermanas. Martirio declara que le ama y
que ya que Pepe el Romano no será para ella, tampoco Adela se lo ha de llevar.
Las voces de ésta entrevista despiertan a Bernarda y las hermanas.
Adela se enfrenta a su madre con la
verdad por delante:”Yo soy su mujer. Entérate (a Angustias) tu y vete al corral
a decírselo...Ahí fuera esta, respirando como si fuera un león “.Pero Bernarda
no se amilana y decidida a vengarse de su hija, de su honra, de la
desobediencia, pide la escopeta y dispara contra el Romano. Adela, que cree
muerto a su amante, se ahorca.
Bernarda, impertérrita, jura culminar su
venganza:”Pepe, tú irás corriendo vivo por el oscuro de las alamedas, pero otro
día caerás…Y no quiero llantos. La muerte hay que mirarla cara a cara. A
callar. ¿Me habéis oído? ¡Silencio, silencio he dicho! ¡Silencio!”
Y en estas palabras, con la sumisión de
las hijas a su voluntad de dejarlas vírgenes para siempre, queda definido su
férreo carácter dominador.
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