Carne
de yugo, ha nacido
más humillado que bello,
con el cuello perseguido
por el yugo para el cuello.
Nace, como la herramienta,
a los golpes destinado,
de una tierra descontenta
y un insatisfecho arado.
Entre estiércol puro y vivo
de vacas, trae a la vida
un alma color de olivo
vieja ya y encallecida.
Empieza a vivir, y empieza
a morir de punta a punta
levantando la corteza
de su madre con la yunta.
Empieza a sentir, y siente
la vida como una guerra
y a dar fatigosamente
en los huesos de la tierra.
Contar sus años no sabe,
y ya sabe que el sudor
es una corona grave
de sal para el labrador.
Trabaja, y mientras trabaja
masculinamente serio,
se unge de lluvia y se alhaja
de carne de cementerio.
A fuerza de golpes, fuerte,
y a fuerza de sol, bruñido,
con una ambición de muerte
despedaza un pan reñido.
Cada nuevo día es
más raíz, menos criatura,
que escucha bajo sus pies
la voz de la sepultura.
Y como raíz se hunde
en la tierra lentamente
para que la tierra inunde
de paz y panes su frente.
Me duele este niño hambriento
como una grandiosa espina,
y su vivir ceniciento
revuelve mi alma de encina.
Lo veo arar los rastrojos,
y devorar un mendrugo,
y declarar con los ojos
que por qué es carne de yugo.
Me da su arado en el pecho,
y su vida en la garganta,
y sufro viendo el barbecho
tan grande bajo su planta.
¿Quién salvará a este chiquillo
menor que un grano de avena?
¿De dónde saldrá el martillo
verdugo de esta cadena?
Que salga del corazón
de los hombres jornaleros,
que antes de ser hombres son
y han sido niños yunteros.
1. Contextualización
Entre el verano de 1936 y el
verano de 1937, Miguel Hernández compone su libro Viento del pueblo,
que ve la luz en el verano de 1937. Un libro en el que vemos a un escritor
profundamente enraizado en el pueblo, que se hace eco de las inquietudes
populares con una marcada tonalidad épico-lírica, en consonancia con el modelo
que habían fijado poetas como, por ejemplo, Rafael Alberti, con su poesía
combativa, revolucionaria y surrealista.
Inmerso en plena guerra civil,
el poeta-soldado Miguel Hernández concibe la poesía como esencia del pueblo y,
por tanto, ésta tiene su origen en la tierra misma y su Manuel Cifo González
Comentario de “El niño yuntero” 3 destinatario ha de ser el propio pueblo.
Así lo pone de manifiesto en la dedicatoria del libro, hecha a Vicente
Aleixandre, cuando, entre otras cosas, afirma lo siguiente: [...] Nuestro
cimiento será siempre el mismo: la tierra. Nuestro destino es parar en las
manos del pueblo. Sólo esas honradas manos pueden contener lo que la sangre
honrada del poeta derrama vibrante. Aquel que se atreve a manchar esas manos,
aquellos que se atreven a deshonrar esa sangre, son los traidores asesinos del
pueblo y la poesía, y nadie los lavará: en su misma suciedad quedarán cegados
[...] Los poetas somos viento del pueblo: nacemos para pasar soplando a través
de sus poros y conducir sus ojos y sus sentimientos hacia las cumbres más
hermosas. Hoy, este hoy de pasión, de vida, de muerte, nos empuja de un
imponente modo a ti, a mí, a varios, hacia el pueblo. El pueblo espera a los
poetas con la oreja y el alma tendidas al pie de cada siglo. En estos momentos
es cuando cobra pleno sentido el concepto de poesía impura defendido, entre
otros, por Pablo Neruda y Vicente Aleixandre. De ese modo, los poemas de Viento
del pueblo se llenan de imágenes surrealistas, cargadas de irrealidad y de
elementos visionarios, plasmadas en encendidos versos de contenido elegíaco y
social, en los que se aprecia un cierto optimismo, una cierta esperanza en la
victoria. Y es que el poeta confía en el triunfo representado simbólicamente
por los vientos del pueblo, por los campesinos, por los obreros, por los
luchadores; esto es, por una raza que se rebela contra los yugos que tratan de
imponer gentes de mala hierba. Por el contrario, quienes se dejan someter al
yugo son los bueyes, los que carecen de los atributos propios del animal
varonil, bravo y luchador, que es el toro. Al mismo tiempo, lleva a cabo una
renovación métrica, dando paso a la silva, la décima, la cuarteta, el soneto
alejandrino, los romances, los serventesios de pie quebrado. Y, con estos
metros, elabora 25 excelentes muestras de esa poesía profética -que decía él-
encargada de “propagar emociones y avivar vidas”.
En varios poemas del libro, el
protagonismo corre a cargo de las tierras, de los campos españoles y de sus
trabajadores, cada uno de los cuales le lleva al poeta un viento que le inspira
para componer poemas tan hermosos como “Vientos del pueblo me llevan”,
“Jornaleros”, “Aceituneros”, “El sudor” y “El niño yuntero”. En todos ellos el
poeta invoca a los trabajadores para que luchen por sus derechos y para que no
se dejen Manuel Cifo González Comentario de “El niño yuntero” 4 subyugar
por los ricos, pues la auténtica y verdadera revolución debe surgir de la manos
de las gentes humildes y oprimidas, las únicas que pueden y deben ser
solidarias entre sí.
Tema:
Denuncia de las indignas condiciones trabajo de los niños campesinos explotados
2. Resumen
Nos encontramos ante un poema
en el que Miguel Hernández describe el destino trágico de ese pobre niño, que ha
venido a la vida para sufrir y padecer, desde que nace hasta que muera. Un
poema marcado por la tristeza, el dolor y la injusticia, aunque al final se
deja abierta la puerta a la esperanza de que sean los mismos jornaleros los que
se rebelen contra ese estado de cosas y pongan fin a su mísera situación.
3. Estructura
Externa: El poema está compuesto por 15 cuartetas octosílabas de rima consonante,
Interna:
Las nueve primeras estrofas están destinadas a describir el
destino trágico del niño yuntero, nacido para recibir golpes, para moverse
entre estiércol de vacas, con un alma que, a pesar de ser niña, se encuentra ya
vieja y encallecida. En la primera de ellas, el poeta afirma que en su
nacimiento primó más la condición de estar marcado por la humillación que la
propia belleza de la criatura. Ha nacido carne de yugo y, por tanto, no podrá
huir de esa condición, pues el yugo le perseguirá continuamente, hasta
conseguir que incline la cabeza y, entonces, apoderarse de su cuello.
A continuación, se nos habla de
todo aquello que va a formar parte de su vida cotidiana: trabajar la tierra,
golpe a golpe, como si de una herramienta más se tratara; moverse entre
estiércol, sin ilusión alguna, pues su alma ha nacido ya vieja; pasar hambre,
hasta el punto de tener que pelear por un mísero pedazo de pan; sufrir las
inclemencias del tiempo, mientras trabaja y la vida se le escapa día a día,
conduciéndole inexorablemente hacia la muerte, y esperar el descanso que para
él representa la sepultura, cuando sea llegado el momento en que, por fin,
pueda hallar la paz y la recompensa a tanto sufrimiento y dolor. Porque su vida
es un continuo luchar entre dos extremos que, en su caso, no son opuestos, sino
plenamente coincidentes, como la cara y la cruz de una misma moneda: empieza a
vivir y empieza a morir; empieza a sentir y empieza a luchar, a sufrir, a dar
con sus tiernos huesos “en la fría, desierta y dura tierra”, que decía Nemoroso
en su lamentación de la
En la novena estrofa aparece el yo del poeta que se solidarizad con la criatura
inocente que intenta, infructuosamente, rebelarse contra su injusto destino. Es
en la estrofa undécima cuando el poeta habla del dolor que le produce ver a ese
niño hambriento, arando los rastrojos de una tierra seca y estéril, al tiempo
que se pregunta por qué le ha correspondido ese cruel destino de ser “carne de
yugo”. En la penúltima hay dos interrogaciones retoricas que están pidiendo que la revolución termine con esta injusticia histórica. Y la última es la propuesta revolucionaria de hacerlo entre todos. que es la conclusión y a la vez el mensaje que quiere transmitir el poema.
4. Principales rasgos
estilísticos
Como podemos observar, la
primera estrofa se abre con un verbo en pretérito perfecto compuesto, “ha
nacido”, con el que se expresa la realidad de una situación que acaba de producirse
hace muy poco tiempo, pues el poema arranca desde el instante siguiente al
nacimiento de la criatura. El niño acaba de nacer y ya se ha hecho realidad en
él su destino, representado por la metáfora “carne de yugo”. Un yugo que, al
estar personificado, parece querer aludir, mediante el recurso de la metonimia,
a la persona, al poderoso, al rico, que trata de oprimir y deshumanizar al ser
oprimido. A partir de entonces, ya los verbos aparecen en presente de
indicativo, con un valor habitual, universalizador, pues en aquellos momentos
ése, y no otro, era el destino de cualquier persona cuya condición fuera la
misma que la del niño yuntero que protagoniza el poema. Manuel Cifo González
Comentario de “El niño yuntero” 6 Y, junto a dos nuevas personificaciones
-“tierra descontenta”, “insatisfecho arado”-, un símil: él es como la
herramienta, destinada a dar y a sufrir los golpes de forma resignada y
callada. Además, el poeta quiere dejar constancia de las tremendas antítesis
que se producen en la vida del niño: su alma, color de olivo (símbolo de la
esperanza propia de toda vida que nace), está ya vieja y encallecida. Al mismo
tiempo que empieza a vivir, ya está empezando a morir. Empieza a sentir, y lo
que siente es que la vida para él es semejante a una guerra, pues lo que le
espera es batallar para arrancarle a la tierra algún fruto con el que poder
quitarse, al menos, una parte de su hambre. Aunque no sabe contar sus años, el
poeta nos asegura, mediante una acertada y precisa metáfora, que sí sabe que “el
sudor es una corona grave de sal”. Una metáfora muy similar a las que aparecen
poco después, cuando se nos dice que “se unge de lluvia” y que “se alhaja de
carne de cementerio”. Todo ello representa los premios -valga la ironía- que va
a recibir por tanto trabajo y tanto sufrimiento. Un trabajo diario, constante,
como representa, también, la presencia de esos paralelismos que vemos en las
estrofas cuatro y cinco -“Empieza a vivir, y empieza a morir...”; “Empieza a
sentir, y siente...”-, al igual que ocurre en la estrofa ocho: “A fuerza de
golpes, fuerte, / y a fuerza de sol, bruñido”. Y esa idea de la constancia se
refuerza con la aparición de sendas epanadiplosis en los versos trece y
veinticinco - “Empieza a sentir, y empieza” y “Trabaja, y mientras trabaja”-, y
con la repetición anafórica de la expresión “a fuerza de”. Si a todo esto le
añadimos la existencia de alguna hipérbole, como es el caso de esa “ambición de
muerte” con la que “despedaza un pan reñido”, tendremos muy completo el retrato
de este pobre niño yuntero que, como bien apunta una nueva antítesis, cada día
que pasa tiene más hambre y está más cerca de la muerte, está más famélico; es
decir, es “más raíz, menos criatura”. Ha llegado a tal punto la deshumanización
a la que diariamente lo están sometiendo, que, al igual que le había ocurrido a
Dafne, sus pies se han convertido en raíz que se va hundiendo de forma lenta,
pero irreversible, en el seno de la tierra. De ese modo, el poeta deja
constancia del destino que le espera, la muerte, el regreso a la tierra misma
que lo vio nacer, y, al mismo tiempo, lo está elevando a la condición de mito.
Es en ese momento cuando el
poeta, en primera persona, mediante el pronombre personal “me”, afirma que le
duele el niño hambriento y que le da su arado en el pecho. No le duele sólo su
situación, la dureza de su trabajo, sino el niño mismo, y lo hace con un símil, “como una grandiosa espina”,
al que le añade un cierto carácter hiperbólico, gracias al adjetivo
“grandiosa”. A continuación, dos metáforas: “su vivir ceniciento”, referido a
su condición de persona abocada a la muerte, a la ceniza, y “mi alma de
encina”. Siguen, después, dos verbos en primera persona del singular (“veo”,
“sufro”), acompañados de verbos en infinitivo (“arar”, “devorar” y “declarar”)
y en gerundio (“viendo”), con los que el poeta quiere reforzar la condición de
verbos de acción que se realiza, no de forma puntual, sino más bien de manera
habitual, continuada. También aparecen algunas sinécdoques, con las que Miguel
Hernández sitúa cada uno de los hechos relatados en el punto exacto en el que
ejerce su mayor influjo. Así, el niño “declara con los ojos” -donde mejor se
puede observar su queja por la injustificable situación que padece-, y el poeta
dice que su arado le da “en el pecho” -es decir, en su corazón- y su vida “en
la garganta”, queriéndose referir a que todo ello provoca que tenga que gritar
para denunciar esa tremenda injusticia: la de alguien condenado a trabajar y trabajar,
infructuosa, estérilmente, arando “rastrojos” y “barbecho”. Desde su garganta
salen unas interrogaciones retóricas para preguntarse, en voz alta, y con
verbos en futuro (un futuro que se quiere que sea inmediato, casi presente)
quién podrá salvar a este niño “menor que un grano de avena”. La respuesta no
aparece, aunque sí su deseo de que “salga” (presente de subjuntivo con valor
desiderativo, casi imperativo) del corazón -nueva sinécdoque- de los hombres
jornaleros, porque éstos, antes de llegar a ser hombres, “son” y “han sido”
niños yunteros. Y, curiosamente, al final, el autor sitúa un nuevo presente de
indicativo y otro pretérito perfecto compuesto, con similar valor a aquel que
había abierto el poema